domingo, 22 de enero de 2012

La Mar
















Cuando la mar
sintió al marinero habituarse
al vaivén de sus olas,
y escuchó platicar
con sus vientos,
sobre faros, puertos
e islas lejanas
tempestuosa lanzó sus oleajes
y el cielo, sus rayos cegadores
a la frágil barca
la barca luego
arrastrada al garete:
la muerte invita a la fiesta
o al grito de la tierra
La muralla de invierno
cerraba la puerta a su voz:
obligó al marinero a ser temerario,
firme en la acción
corrió anudarse al timón
peleó con firmeza
creció en la constancia
y capeó el temporal
orgullosa la barca de su capitán
hendía su proa
rumbo a puertos del sur.
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Sebastián,

el Marinero, se paseaba arrogante
sobre la cubierta de su barco.
Orgulloso de su casta, de su alcurnia,
presumía de descubrir islas, golfos y puertos
más allá del horizonte.
Cuando de improviso el cielo oscureció.
y olas gigantescas
su barco hacían danzar
como una cáscara de nuez,
gritó sumiso de miedo el marinero
¡Qué pequeño me siento!,
¿adónde se ha ido mi orgullo?
Bajo velozmente al camarote
a medir su estatura
al lado de los marineros más pequeños
para así henchirse de su vanidad perdida.
¡Ah, Sebastian el Marinero,
y su barquita de papel!


Manuel Ramos M.

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