domingo, 13 de diciembre de 2009

EL AÑO QUE TERMINA.

Se aleja como el agua, que desliza por los dedos…

…un año más se diluye, dejando huella perdida,
Inevitable nostalgia, me provoca su agonía,
Confusa se entona el réquiem, la tristeza lo acompasa,
Sabiendo que con el...!se va extinguiendo, la vida!

Sigilosos los minutos, que partieron sin aviso,
Dando paso a las nostalgias, consumidas en el alma,
Fatigas y sentimientos de sueños que ya han partido,
Sin conclusión, sin ruta, sin palabras advertidas.

Conmoción que sobrecoge, concluyentes los suspiros,
Un determinar profuso de alcanzar, la fe perdida,
De aquellos vagos deseos, de metas tan contundentes,
De poseer realidades… al fracaso no hay cabida.

Año nuevo va atracando, recobró fuerzas perdidas,
El espíritu se alza, a merced de nuevos días,
Extintos desasosiegos, quedaron en lejanía,
La gratitud, la plegaria…!agradeciendo la vida!.


Gloria Eugenia Lemus.
12/12/2009

domingo, 6 de diciembre de 2009

Nochebuena

Ya habían reventado los cohetes de la Nochebuena y las niñas sabían que tenían que acostarse, pues recibirían los regalos que el Niño Dios todos los años les trae. Así Laurita y Andrea se fueron primero a los dormitorios de sus padres y de la tía Queta, antes de ingresar al suyo. Tomaron las cremas de todos los tamaños, colores, diferentes estuches de las damas y pacatán se encerraron, en el suyo.

A las dos les deleitaba el olor de la madre y de la tía, esas cremas que rejuvenecen dicen, que mantienen la piel y sobre todo niñas nosotras, queremos oler rico. Placer que nos causa y nuestros hijos: los muñecos que embadurnaremos, así todos juntos unimos olores y placer.

Dormidas se quedan con los estuches abiertos, cremas desparramadas por las sábanas y colchas. Madre y padre con la tía tratan de ingresar al dormitorio de las niñas a las 12 en punto de la noche y no lo pueden abrir. La tía recuerda que tiene otra llave y así logran abrirlo.

-¡Qué olor, cómo han podido dormirse así!, dice Perfecta, la madre. -¡Niñas malcriadas, atrevidas! - agrega Queta-, la tía solterona.

-¡Usar nuestras cremas, para este desastre…!. Las niñas abren un ojo, los dos, guiñan y se hacen las dormidas. Su padre Renato no dice esta boca es mía, los hombres por lo general, son engreídores con sus hijas.

De pronto, Andrea y Laurita saltan en sus camas, dan brincos, se abrazan a sus muñecos y luego besan a la madre, a la tía, a su padre. Desconcierto en el dormitorio.

–Es Nochebuena, es la noche del amor, cálmense viejas- les dice con cariño a su mujer y su cuñada, Renato.

Juguetes nuevos adornan su entorno, es su viejo quién abrió los regalos: una pareja de cuerda que baila un bolero, soldaditos de plomo que marchan a golpe de sus tambores. Jazzes y canicas para jugar. Nochebuena que habla y canta.

El olor se desvanece, son otros años ya, están jovencitas. El duende Lucas, su duende que las cuida todavía, les ha narrado a las dos hermanas: Andrea y Laurita, una historia de Nochebuena.

Julia del Prado (Perú)

PARA BAILAR EL TANGO


























Para bailar el tango
se deben doler esquinas
suspirar por el funyi y las polainas
sufrir el desencanto
humear guitarras y bulines
mirar a los ojos desafiante
acomodar caderas
dejarse llevar por la mano
que ajusta calor a la cintura
y llorar bandoneón de pura curda

para bailar el tango hay que soñar
noches de amante
insinuar la vida en cada paso
embriagar el corazón con los compases
beber nostalgia en el estaño


©Elisabet Cincotta
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