lunes, 10 de noviembre de 2008

Poemas desde la Isla

Hay días donde me encuentro lleno de mar, nostalgias y mucha paz
Para esos días que me llevan hacia lo más intimo del duelo interno,
tengo algunos atardeceres, noches y viajes en mi memoria los cuales
me hacen topar con la luz crepuscular.

He visitado una isla nostálgica y despierta

que mira el paso del tiempo.

Entre tragos,

y ballenas imaginarias que se acercan a las orillas

y revisten de luces sus lomos.

Descansan hasta el amanecer,

quien las devuelve a su sueño.

Esa isla entiende del juego y el azar.

Pulveriza

las noches abiertas,

pobladas de estrellas,

y en ellas sus deseos.

Los toca con una voz, con el anhelo.

Estos levitan con sus dardos de juegos.

Mientras la ciudad descalza habita en el día,

con ese andar desnudo,

y Margariteño,

el cual mora en las huellas desdibujadas

sobre las arenas blanquecinas.

Y deja un desierto imprevisto, el olvido.

Tiene un elevado misterio que

no culmina con la mirada crepuscular del atardecer.

Prosigue como un mástil

a su arribo del puerto.

O como cuando va hacia al horizonte

y se fuga hacia lo inexistente.

Como el beso que se dan los dados

como aguijones azules sobre el fieltro.

Una entrega en la cual se sabe,

cuando se entra.

Pero no,

cuando se regresa visitado

por un sueño,

por la noche,

por un pez de profundas aguas y ojos avísales.

Esa ciudad se fragua,

entre un hablar tañido de consonantes

entre el mar,

y el juego de sus astros,

que desvisten con sus signos,

el alma ebria de la isla.

El mar distante

El mar distante
trae olas recubiertas de luces naranjas
huele a frutos, a atardeceres.

Se calma la sed,
de tanto ver el horizonte agolpándose en los ojos despiertos.
Lejano,
busca el sueño del verano como un mástil hincado en el mar.
Las olas, recorren con carretes en su lomo
tras su memoria;
unos de brisa fría,
y otros que llevan un cálido abrazo
con el fuego aderezado en el oleaje.

Es Enero en Margarita ,
y no para el cielo de cegarse
de nublar.

Acaece una lluvia helada con su relato cinético,
que quita el deseo de
yacer bajo el sol.
Al rato se aviva con su luz azul, es Enero en la Isla.
Entra la tarde y aún se respira lluvia
Hay algunos silencios,
esperando
a los secretos nocturnos.
Ya,
es de noche,
y la búsqueda se copa
de luces incansables, desaparecen las nubes.
Se agita el alma entre los barcos que están a la espera,
el mar rompe incesante,
huele a frutos, y ronda la música.
Sobre los pies descubiertos en la arena húmeda
se avivan los ojos buscando el ritmo,
la noche muestra su rostro de magia.
Las perlas cantan luces blancas
en los cuellos que danzan junto al oleaje,
en Playa el Agua al son del Caribe.
La noche lleva dentro de sí, en su abismo secreto y luminoso
un semblante ebrio;
alberga un amor encendido.

Frente al balcón

Estaba tirado frente al balcón
que daba con vista al mar
Cargaba una inquietud en el cuello,
el sol me daba sobre mi cuerpo al amanecer.
Producía un cálido regocijo sobre mí.
Un cazar de torcazas
se posaba sobre el alero
en un ritual,
se acompañaban con versos,
parecían palabras hiladas
por el amor y la pasión de un mar.
Un paso al frente,
y un beso agudo,
gimiendo como dos cuerpos atados
por el alba.
Cómo una ola que hebra el mar
y le cose su vestido húmedo de ternura
y deja tras sí su bramar.
El torso gris violáceo,
platinado por la luz,
quieto, sobre el plumaje convertían a las torcazas
en un espejo nácar,
y en los ojos
la noche anidaba
como un recuerdo
de muchas campanas en el oleaje de las estrellas.
Sus cuerpos parecían
toreros bajo el mismo ruedo.
Buscándose
una frente a la otra.
Tenían una ternura inmisericorde que desbarata
al amanecer ciego.
Ni un instante de soledad, sin pasión,
ni un momento de desamparo
Se cortejaba el tiempo que intentaba desembarazarse.
Las horas iban cayendo
y el sol prosigue para escribirme sobre mi cuerpo,
y así darme con un cálido abrazo su goce,
el día que está por iniciarse pulcro en la Isla.

Sobre los techos

Sobre los techos al amanecer
aparece una ciudad fantasmal.
Levantada entre el alba, mordida
dialoga con su monólogo gris.
Se avizoran mástiles al fondo
que cabecean en la bahía azulada.
Parecen ecos,
repitiendo sueños y maras
que intentan atrapar a los mejores ojos
arrobándoles señuelos.
Las remembranzas de la noche se elevan
junto al vapor que asciende
sobre las azoteas.
Mientras se desviste el ansia al amanecer,
como si al quitarse la ropa
se viera también, en el mar
algún rumbo andando
sobre la Isla.
A la espera que alguien lo siga
y toque con él lo hondo,
el fondo de un sueño; un cofre alto,
un astro que ilumine el corazón.

Me visitan esos fantasmas imaginarios
que salían desde los ventanales,
y reconstruían
la ciudad sobre los techos mojados de lunas.
Como elipsis dibujadas
por los pescadores
al alba, en su fuga hacia la mar.

Parece que no saciaran sus almas
y aún contuviesen
el baile tomado del amanecer.
Y por ello
el día demora en levantarse,
en mostrar su claridad.
Mientras,
gozosos los habitantes
de los últimos templos
espejan su anhelo,
entre besos y el ron. Se descorren
con sus lenguas los cuerpos encendidos y
cansados. Víctimas de
saberse que el fin de la noche ha llegado.
Y es hora de proseguir,
hacia las nubes
junto a las nostalgias imaginarias.
Con el baile a cuestas y
unas ganas de continuar
murmurando oleajes.
En un beso lleno de mar.

Luis Gilberto Caraballo 2008

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