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Serie: ESCENAS DE CIUDAD
Ciudad Escenario: Barranquilla, Colombia.
Su verdadero nombre es Jose, o tal vez José, pero en nuestra Costa Atlántica jamás lo pronuncian con la e acentuada. Pocos saben su nombre sin embargo, pues todo el que lo conoce lo llama Morboloco, su bien merecido apodo que le chantaron desde el colegio.
Y es que desde niño era morboso y loco divertido. Todo un atravesado, como diríamos aquí. Me contó muerto de la risa como a los doce años se ponía una pantaloneta a la que intencionalmente le rompió el bolsillo derecho y luego le pedía a sus primas que le buscaran la plata para pagar el “bolis” y lo que encontraban era sus bolas y su pirulín listo para la acción.
Desde niño las mujeres lo han detestado o lo han amado, pero a ninguna le ha sido indiferente. Para los hombres es como una especie de héroe al que a veces admiramos por su atrevimiento pero del que nos avergonzamos por su ordinariez.
Cada una de sus locuras nos divierte aunque al mismo tiempo nos dé vergüenza ajena. A veces nos preguntamos si sus neurotransmisores están orientados a algo más que al sexo y al placer.
Como buen costeño, es fresco y locuaz. Es alto y medianamente atractivo, aunque se cree galán de pueblo. Camina con su tumbao y a veces te preguntás si al hacerlo está escuchando la canción de Melrose Place o Staying Alive, la legendaria canción de Bee Gees que identificó a la película Saturday Night Fever.
Usa lociones frutales y se peina a lo “no me jodás” para no pasar por metrosexual. Jamás va al gimnasio porque dice que hace tanto ejercicio horizontal que para qué más. Admira a Marc Anthony por “comerse” a Jennifer López siendo un flaco feo y desgarbado y asegura que él no la habría preñado con gemelos sino con trillizos. Su ropa es de caribeño super cool y sus zapatos siempre están impecablemente lustrados.
Estudió estadística en una universidad privada del interior del país donde dejó varios corazones rotos, mujeres emocionalmente envenenadas y comprobó aquella estadística de que la píldora no siempre funciona. Es de los que creen que quien debe cuidarse es la mujer, no él.
Consiguió un buen trabajo en una entidad estatal y trabaja en una oficina lúgubre donde la única alegría es él. Los viernes, como les está permitido ir con otra ropa y a las mujeres toman a pecho lo del viernes casual y se ponen faldas cortas por el insoportable calor que hace en Barranquilla, él se pone un espejito en el zapato, cual adolescente de secundaria, y se para muy cerca de sus compañeras en el cafetín para deleitarse viéndoles los panties e imaginarse el “peluche” o “la calva de sonrisa vertical”. Ninguna lo abofetea porque ya se cansaron de hacerlo y comprobar que eso, antes que cambiarlo, lo excita profundamente. Rita, la paisa, incluso lo reta y abre un poco las piernas diciéndole “mirame pues el pinguiñono, Morboloco y calmá las ganás enfermizas que tenés!”.
Él no se intimida con los escándalos, pero prefiere las mujeres tímidas a las temidas. Cuando va por la calle piropea igual a las colegialas y a las solteronas ganosas porque dice que una hembrita buena no tiene edad. Si va con sus amigotes las clasifica con su ranking currambero: “dos patacones” para las culiperfectas, “patacón y medio” para las que están buenas y “un patacón” para las que apenas si cumplen sus mínimos requisitos o que necesitan “embellecedores” , varios tragos de ron blanco.
A veces lo admirás por su desfachatez, a veces lo odiás por su machismo excesivo, pero como personaje, es divertido e insólito. No podés ser indiferente a sus sandeces y a su morbo subido. Dice que sería feliz en la mansión Playboy y que si muere de infarto, que ojalá sea encima de una rubia despampanante.
© 2009, Malcolm Peñaranda.
Ciudad Escenario: Barranquilla, Colombia.
Su verdadero nombre es Jose, o tal vez José, pero en nuestra Costa Atlántica jamás lo pronuncian con la e acentuada. Pocos saben su nombre sin embargo, pues todo el que lo conoce lo llama Morboloco, su bien merecido apodo que le chantaron desde el colegio.
Y es que desde niño era morboso y loco divertido. Todo un atravesado, como diríamos aquí. Me contó muerto de la risa como a los doce años se ponía una pantaloneta a la que intencionalmente le rompió el bolsillo derecho y luego le pedía a sus primas que le buscaran la plata para pagar el “bolis” y lo que encontraban era sus bolas y su pirulín listo para la acción.
Desde niño las mujeres lo han detestado o lo han amado, pero a ninguna le ha sido indiferente. Para los hombres es como una especie de héroe al que a veces admiramos por su atrevimiento pero del que nos avergonzamos por su ordinariez.
Cada una de sus locuras nos divierte aunque al mismo tiempo nos dé vergüenza ajena. A veces nos preguntamos si sus neurotransmisores están orientados a algo más que al sexo y al placer.
Como buen costeño, es fresco y locuaz. Es alto y medianamente atractivo, aunque se cree galán de pueblo. Camina con su tumbao y a veces te preguntás si al hacerlo está escuchando la canción de Melrose Place o Staying Alive, la legendaria canción de Bee Gees que identificó a la película Saturday Night Fever.
Usa lociones frutales y se peina a lo “no me jodás” para no pasar por metrosexual. Jamás va al gimnasio porque dice que hace tanto ejercicio horizontal que para qué más. Admira a Marc Anthony por “comerse” a Jennifer López siendo un flaco feo y desgarbado y asegura que él no la habría preñado con gemelos sino con trillizos. Su ropa es de caribeño super cool y sus zapatos siempre están impecablemente lustrados.
Estudió estadística en una universidad privada del interior del país donde dejó varios corazones rotos, mujeres emocionalmente envenenadas y comprobó aquella estadística de que la píldora no siempre funciona. Es de los que creen que quien debe cuidarse es la mujer, no él.
Consiguió un buen trabajo en una entidad estatal y trabaja en una oficina lúgubre donde la única alegría es él. Los viernes, como les está permitido ir con otra ropa y a las mujeres toman a pecho lo del viernes casual y se ponen faldas cortas por el insoportable calor que hace en Barranquilla, él se pone un espejito en el zapato, cual adolescente de secundaria, y se para muy cerca de sus compañeras en el cafetín para deleitarse viéndoles los panties e imaginarse el “peluche” o “la calva de sonrisa vertical”. Ninguna lo abofetea porque ya se cansaron de hacerlo y comprobar que eso, antes que cambiarlo, lo excita profundamente. Rita, la paisa, incluso lo reta y abre un poco las piernas diciéndole “mirame pues el pinguiñono, Morboloco y calmá las ganás enfermizas que tenés!”.
Él no se intimida con los escándalos, pero prefiere las mujeres tímidas a las temidas. Cuando va por la calle piropea igual a las colegialas y a las solteronas ganosas porque dice que una hembrita buena no tiene edad. Si va con sus amigotes las clasifica con su ranking currambero: “dos patacones” para las culiperfectas, “patacón y medio” para las que están buenas y “un patacón” para las que apenas si cumplen sus mínimos requisitos o que necesitan “embellecedores” , varios tragos de ron blanco.
A veces lo admirás por su desfachatez, a veces lo odiás por su machismo excesivo, pero como personaje, es divertido e insólito. No podés ser indiferente a sus sandeces y a su morbo subido. Dice que sería feliz en la mansión Playboy y que si muere de infarto, que ojalá sea encima de una rubia despampanante.
© 2009, Malcolm Peñaranda.
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